lunes, 16 de agosto de 2010

EL BLOQUEO DE BERLIN


Cuando hace años ya, leí la Guerra de las Galias (en español, no piensen otra cosa, por favor, que yo no estudié el bachillerato de mis padres), la primera autobiografía de un general en campaña que conozco, me causó honda impresión la descripción que hace del bloqueo y contrabloqueo en el sitio de Alesia, y que supuso la conquista definitiva de toda la Galia.

Desde entonces, y ya han llovido siglos, el bloqueo de ciudades, de castillos, de fuertes, ha sido una de las estrategias, o de las tácticas según se tercie, favoritas para derrotar y hacer claudicar al enemigo. Mucha sangre, mucha muerte, mucha hambre y demasiadas penalidades jalonan la historia de los bloqueos y de los sitios. Sin embargo, la repetición de la historia nos permite evitar, muchas veces, los errores del pasado.

En plena guerra fría, lo que algunos consideran una larga y sangrienta Tercera Guerra Mundial, con campos de batalla en remotos confines del mundo, se produjo un hecho que hizo contener la respiración en Europa y en América. La Unión Soviética sometió a un bloqueo la ciudad de Berlín; la antaño orgullosa capital del Tercer Reich, enclavada en el artificial y deleznable Telón de Acero, se vio sometida a un sitio férreo en el que no entraban ni alimentos, ni medicinas, ni repuestos. El objetivo era obvio; por un lado, probar la fortaleza de las democracias occidentales en la defensa de la libertad y, por otro, conquistar una ciudad por el simple hecho de llevar a sus habitantes a la desesperación por la sensación de aislamiento, soledad, miedo y hambre.

Por una vez, la política exterior norteamericana, habitualmente torpe, que ni supo ni sabría responder en tantas ocasiones (piensen en los levantamientos en Checoslovaquia, Hungría, Polonia), reaccionó con coherencia y rapidez. Estados Unidos y otras democracias occidentales, suministraron, a través de un gigantesco puente aéreo, víveres, medicinas, repuestos, en un ejemplo de fortaleza y determinación que frustraron los planes del totalitarismo expansionista soviético.

Leo estos días el bloqueo al que se esta sometiendo a la española ciudad de Melilla, y, siento decirlo, me avergüenza la actitud del gobierno español, del que, por mucho que lo intento, no puedo decir una sola área de actuación en la que su política sea acertada. Para encontrar un referente de política interior y exterior tan pésimo como el de este Gobierno, sólo me viene a la memoria la vergonzosa era Godoy, con todas sus consecuencias. Claro está que ni siquiera Godoy permitió que pintaran un cuadro en el que territorios españoles figuraran dentro de otro país, al contrario que nuestro sonriente Presidente del Gobierno, que se deja fotografiar con el rey marroquí con un fondo en el que se ve claramente un mapa en el que el Reino de Marruecos se extiende hasta Toledo; de aquellos polvos vienen estos lodos, y aún no ha explicado usted, Señor Presidente, si es que sus conocimientos de geografía son inexistentes o es que su irresponsabilidad es galáctica.



No tendría que defender la españolidad de Melilla; a mí me parece obvia, pero la presión mediática, la desinformación, la falta de interés de muchos conciudadanos, me obligan. Melilla, una hermosa ciudad en el norte de África, es española mucho antes que Granada fuera reconquistada, o que las Islas Canarias se incorporaran a España. Su carácter fue perfectamente delimitada por la ONU, que estableció que Melilla se fundó en res nullius, que viene a decir que en ese territorio no había ninguna población previa y que, en ningún caso, supuso ninguna conquista colonial. Melilla es, pues, española, y los que crean lo contrario que preparen el velo para las mujeres de Canarias, Ceuta, Andalucía y Castilla la Mancha.

Cualquier gobierno serio, responsable, que atendiera al interés de todos sus ciudadanos, sabría que frente al expansionismo marroquí no sirve la tibieza ni ese mal llamado talante, si es que alguien sabe que significa esta palabra en el Gobierno que padecemos; la integridad nacional, el abastecimiento de compatriotas, la garantía de su seguridad, es responsabilidad del Gobierno de la Nación. Y frente a este bloqueo, no cabe sino la táctica de Julio Cesar; contrabloquee usted, cierre la frontera con Marruecos, la de Ceuta y la de Melilla. Garantice los suministros por mar y por aire, haga cumplir las normas de extranjería expulsando a ciudadanos ilegales, refuerce la policía de fronteras, no sólo en Ceuta y Melilla, sino la interceptación de cuantas pateras puedan acercarse a aguas jurisdiccionales españolas, en resumen, cumpla con su obligación como Gobierno de España y garantice la libertad de los ciudadanos españoles.

Yo tengo la responsabilidad de advertirles, señores del Gobierno. Su tibieza provocará mayores tensiones, y quiera Dios, o el Destino (como ustedes prefieran), que su ineptitud de ahora no nos traiga en el futuro sangre, sudor y lagrimas; la debilidad en política exterior es un juego peligroso que sólo hace crecerse al potencial agresor expansionista. El día en que al Rey de Marruecos sus problemas internos (por ejemplo una revolución islámica) le hagan buscar un objetivo exterior para distraer a su población, al más puro estilo Videla con las Malvinas (sin entrar obviamente en la diferente situación jurídica y política de las Malvinas respecto a Ceuta, Melilla y Canarias), el desastre está servido. Si Alfonso X el Sabio dijo que el que a sabiendas hace errar al Rey, es reo de alta traición, yo hoy digo que el que a sabiendas consiente en que el Gobierno yerre y calla, es cómplice de sus actuaciones y de sus consecuencias. Y por cierto, señor líder de la oposición, usted descanse y calle, que ya se sabe que su alternativa es el silencio.

Pero yo hoy, si me lo permiten, y con toda mi modestia, quisiera gritar, parafraseando al Presidente Kennedy en Berlín, YO SOY CIUDADANO MELILLENSE, TODOS SOMOS CIUDADANOS MELILLENSES.