miércoles, 3 de octubre de 2012

TRES ESPADAS


Hace unos meses dos buenos amigos acudieron a la celebración conmemorativa de la batalla de las Navas de Tolosa. Uno de ellos, andariego, triscón y viajero, que igual calza botas para recorrer la vía de Santiago, que calza zapatos para pulular por Europa y quizás chilabas para vaya usted a saber que caminos recorrerá, me dio a conocer la labor de la Fundación Navas de Tolosa que me hizo recordar una cita del libro la Gran Aventura del Reino de Asturias. Así empezó la Reconquista que decía “En esa fragua se forjó una identidad. Nada menos. El movimiento incesante de pioneros, repobladores y colonos, sólo detenido para volver a ponerse de nuevo en marcha, creó una manera específica de ver el mundo y de entender el sentido de la propia vida. Nada de lo que ocurre en España durante los siglos siguientes puede entenderse sin aquel impulso, hondamente arraigado, de la Reconquista”. Y sirva este artículo para elogiar la encomiable labor  que realizan un puñado de compatriotas para crear un mundo más solidario y defender nuestra historia, y eso frente a la indiferencia institucional, problemas financieros, falta de publicidad y autismo social. Todos ellos peligrosos y curtidos enemigos, pero no más que a los que se enfrentaron con coraje sus antepasados, que también eran los nuestros, en un hecho glorioso en la que España salvó a Europa por vez primera y no única, porque algunos siglos después se repetiría, pero ya en el mar Mediterráneo y lejos de nuestras costas. Que casi nadie de nuestros vecinos lo recuerde quizás no importe, porque eran otros tiempos y de los hechos de honor sólo había que esperar el reconocimiento de Dios.-

             Era aquella una época dura, de hombres recios acostumbrados al sufrimiento. De pesares y goces entre arados y espadas, de esperanzas y tristezas entre aceifas, victorias y derrotas. Y en ese tiempo el peligro acechaba en el sur, el fin de su forma de vida, de sus creencias, de sus ideales y su esencia como herederos de Hispania. Un vasto ejército con guerreros andalusíes, bereberes, esclavos, mercenarios, vividores y traidores, dispuesto a arrasar, sojuzgar, invadir, sin respeto a vidas ni haciendas; una plaga de ciento veinte mil soldados dedicados al saqueo, se apresta a dar un golpe definitivo a los reinos españoles primero, a los francos después, y extenderse por toda Europa a golpe de alfanje, arcos, lorigones, almófares, capelinas y virotes. El final de la galopada, el triunfo de su idea del mundo, será abrevar sus caballos en el Tíber.-

             Y frente a la amenaza exterior, una España dividida en reinos cristianos, que pelean, al igual que ahora, entre ellos más que frente al enemigo común, que malgastan sus energías en rencillas y viejas malquerencias, en linderos y bagatelas. Pero Alfonso, el castellano, no está dispuesto a dar por perdido el reino nacido en Asturias y Vascongadas. Ni Pedro el Aragonés, leal a Hispania como buen maño, va a dejar solo al castellano.  Ni siquiera el remolón pero noble Sancho, el navarro, está dispuesto a dar la espalda a su responsabilidad con la historia. Para variar, y como siempre ocurre en la Piel de Toro, había quien no se enteraba de lo que ocurría, o no quería enterarse, así que el leonés en Babia, y sus caballeros y súbditos a su libre albedrío, vamos, según les placiese, luchar o sestear.-

 
            Y camino al sur, desde Toledo, castellanos, aragoneses y los navarros, tarde pero en hora, que nunca fue contrario al pundonor la puntualidad, sobre todo si de dar mandobles se trataba. Los que vinieron de Europa a ayudar, los ultramontanos, despachados por el castellano a su casa, que por mucha fama que esta tierra tenga más allá de los Pirineos, aquí ni saqueos, ni degollinas, ni violaciones a los súbditos del rey, vistan sayas o turbantes, que más valía a los que sueñan con Europa como sanadora de nuestros males, que repasen la historia para ver que o nosotros nos lamemos nuestras heridas o fuera nos amputan el brazo.-

             Sol, calor, armas ardientes, morrión y gorjales al rojo, sed, privación. Miedo a la muerte, temor por la familia, incertidumbre, pero lo vista al frente, el paso firme de ciudadanos libres de los concejos castellanos, caballeros y peones navarros, aragoneses y castellanos, clérigos armados, órdenes de caballería, pensando en que es vencer o morir, ganar o perder su existencia, luchar o vivir la ruindad de la esclavitud. Y llegados a su destino, los pasos cerrados. No hay donde pasar; la derrota, el descrédito, la ruina, están cerca. ¿San Isidro? ¿un pastor?. Les ruego me perdonen, pero enamorado de las leyendas desde mi niñez, quiero pensar que al igual que Santiago apareció en Clavijo, San Isidro mostró la vereda por donde se introdujo el ejército español y pudo enfrentarse al invasor.-

            La batalla cruenta, los chuzos, de punta. Sangre derramada, filas que flaquean y, mejor,  que hablen las crónicas, llegado el punto decisivo, el Rey castellano dijo “delante de todos al arzobispo de Toledo: ‘Arzobispo, muramos aquí yo y vos’... Y en todo esto doy fe ante Dios, el noble rey no alteró su rostro ni su expresión habitual, ni su compostura, sino que más bien, tan bravo y resuelto como un león impertérrito, estaba decidido a morir o vencer.” Y ahí cargaron los tres reyes, que en aquella época reyes, nobles y ciudadanos no andaban escasos de sangre en las venas, redaños y honra en el corazón. Navarra rompe las cadenas, Aragón derrocha honor, Castilla protege la libertad.-

            Y ese sufrimiento, esa sangría, esas familias rotas, esos villanos muertos, esos nobles aflechados, ese derroche de vida, esfuerzo y honor, nos ha permitido ser como somos, tener nuestra libertad, mejores o peores no sé, pero capaces de optar, de pensar y decidir, de creer o no, de volar sin ataduras, en resumen, de disfrutar nuestra cultura occidental.-

            Y ahora, unos pocos siglos después, ante el silencio común, una modesta Fundación es la que mantiene el recuerdo de la gloria, es la que iza el pendón del honor, del respeto a la historia y del pundonor, ahogándose ante la ignorancia y el silencio, con escasos recursos y ninguna publicidad, demostrando que aún quedan hidalgos amantes de la tierra que en silencio acuna a las almas dormidas en un sueño de una España mejor.-